Por muchos años, Curridabat ha sido un lugar donde las familias y los lazos comunitarios han creado una identidad propia, marcada por tradiciones, risas y recuerdos que no se olvidan fácilmente. En un reciente paseo por las calles de este querido pueblo, me invadió una sensación de nostalgia al reencontrarme con personajes y nombres que formaron parte de mi infancia y juventud. Lo que en un principio fue un recorrido casual, terminó siendo un viaje en el tiempo.

Al caminar por las aceras, me crucé con rostros jóvenes, muchos de los cuales no reconocía. Sin embargo, bastaba con preguntar para que los lazos familiares se revelaran, aunque con una particularidad: los apodos. “Yo soy de los Monge”, decía alguno, y mi respuesta inmediata era: “¡Ah, de los Juanones!”. Así, uno tras otro, los nombres y los apodos familiares comenzaron a revivir en mi memoria. Algunos jóvenes, como el que mencionaba ser de los Quesada, ni siquiera sabían que su familia había sido conocida como los “Totolate”. Otros, como los “Bombeta” o los “Chopulos”, sonreían al descubrir cómo las generaciones anteriores habían sido apodadas de manera cariñosa y peculiar.

Estos apodos no son solo etiquetas, son parte de la identidad de Curridabat. Cada uno guarda una historia, un rasgo particular que distinguía a los abuelos, a los tíos, y que, con el tiempo, se convirtió en algo distintivo. En mi recorrido, recordé a los “Tarros”, conocidos por su alegría y su espíritu despreocupado, a los “Chafirros”, a los “Tierra” y a los “Mortadela”, los “Pichis” nombres que evocan risas y anécdotas de la infancia.

Otros nombres como “Vasenillas”, tal vez asociados con alguien que siempre estaban en todas las actividades, o los “Tombochos”, que seguramente fueron bautizados por su amor a la buena comida, me hicieron sonreír al imaginar las historias detrás de cada apodo. No podían faltar los “Coquetas”, los “Canfinera”, los “Cangrejos” y los “Bebendo”, quienes, sin importar el origen de sus nombres, fueron parte esencial del tejido social de Curridabat.

Los “Sapitos”, siempre amistosos y cercanos, los “Chatarra”, quizá conocidos por su habilidad con la mecánica o su amor por los fierros viejos, y los “Manitas”, que seguro destacaban por su destreza manual, forman parte de ese legado oral que no debe perderse.

A lo largo de mi caminata, me di cuenta de que esas tradiciones que creíamos haber perdido aún están vivas. Quizás no las notamos porque hemos dejado que el tiempo pase, pero están ahí, esperando ser recordadas. Curridabat sigue siendo ese lugar donde las familias tienen una identidad, donde los apodos unen generaciones y donde la esencia de ser un “pueblo” perdura.

Hoy más que nunca, en un mundo que cambia a pasos acelerados, es importante detenerse y recordar. Recordar que somos parte de una historia más grande, que los sobrenombres que escuchábamos de niños siguen siendo parte de lo que somos. Mientras caminaba por esas calles, me sentí orgulloso de ser parte de Curridabat y de todas esas familias que, aunque tal vez no conozcamos a todos, siempre tienen una historia que contar a través de un simple apodo.

Esos nombres y esas palabras, que pueden parecer sencillas o hasta graciosas, son el reflejo de un vínculo que no se rompe, de un pasado que sigue presente. Y al final, eso es lo que realmente hace especial a Curridabat: no es solo un lugar, es un sentimiento de pertenencia que se lleva en el corazón.

Un comentario en «Recuerdos de Curridabat: Un Pueblo de Apodos y Tradiciones»

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