Es posible que tuviera apenas cinco años cuando tuve frente a mí el espantoso rostro del Diablo. Imagínese usted a este chiquillo, con esa edad, y con tal experiencia satánica. Casi me muero del susto. Recuerdo que en mi época de niño (años 60), un grupo de monjitas nos hablaba del Pisuicas. Nos llevaban al salón que quedaba detrás del templo y, mientras nuestros tatas estaban en Misa, las religiosas nos catequizaban y nos metían miedo con el Demonio.

Para entonces, ellas pensaban que era una manera de enseñarnos a discernir entre el bien y el mal. Así fue como tuve las primeras noticias del famoso Cachudo. Un día 13 de junio de esa misma época, Curridabat celebraba sus fiestas patronales en honor a san Antonio y volví a ver a ese horrible personaje, pero esta vez frente mí. ¡A los diablos, qué susto aquel! Sentí un enorme escalofrío que me bajaba desde la nuca hasta el dedo gordo del pie. Resulta, que se trataba de Wicho, un mamulón que se destacó en nuestros tiempos por vestir el Diablo cuando se hacían los desfiles de disfraces y recorrían las principales calles de este bendito cantón. Cada vez que Wicho se ponía esa espantosa máscara, a toda la chiquillada se nos amargaba la fiesta porque era un sangrón que repartía chilillo a diestra y siniestra y, entonces… ¡patitas, para qué te quiero! Otro famoso fue Jorge (Fotinga) Monge. Cuando se encajaba aquella espantosa máscara, los chiquillos teníamos que andar con pies de plomo porque, con chilillo en mano, se “pegaba” tremendas carreras para alcanzarnos y… ¡juaaazzzz!, nos marcaba la espalda con aquella rama de olivo.

Recuerdo otro personaje: Guillermo (Memoria) Jiménez, quien siempre escogió vestir la Calavera. Solo él podía hacerlo, como quien dice: te-nía-un-extra-ño-pac-to-con-la-Muer-te. Rodrigo Pipiro y Julián eran los titulares para vestir a las famosas “gigantas”, esos personajes con grandes brazos y grotescas manos que las estrellaban en nuestra infantil humanidad. Carlos Calury vestía y bailaba a los jupones. Mientras tanto, Macho Mechón le daba lo mismo vestir el Sapo que el Burro o el Policía. Qué días aquellos, por María Santísima, cuanto disfrutábamos con las “correteadas” de los disfraces y a manera de desafío les gritábamos: “¡Payaso mal hecho, biscocho sin sal, salite a la calle y comete un tamal!”. Y dicho esto… a correr como alma que se lo lleva el Diablo. De todos los personajes, ninguno como el Diablo. Extraña bendición El segundo encuentro con el Pisuicas lo tuve ya grande. Fue un domingo en el atrio de la Catedral de San José, cuando conversaba con monseñor Román Arrieta y esperábamos el desfile de boyeros encabezada por los “payasos”.

Al voltearme, me quedó de “jetera” el rostro del Diablo, con su enorme lengua y colmillos expuestos. ¡Juemialma, qué susto aquel! Lo interesante de la anécdota es que monseñor Arrieta bendijo al grupo de disfraces y con cierta simpatía después me dijo: “¡Ay, Fabito, solo a este arzobispo se le ocurre darle una bendición al Diablo!”. “Bueno, ojalá que después de esta gratuita bendición, el Cachudo se nos porte bien”, le dije. En medio de las dificultades económicas y sociales los pueblos siguen teniendo un “escape” cuando nos divertimos con las populares mascaradas que a unos asustan y a otros divierten. Ojalá que la costumbre del desfile de payasos o mascaradas, lejos de desaparecer, más bien los continuemos haciendo para robustecer esta tradición tan tica. Y si no: que el Diablo se los lleve de las mechas (o de las orejas, si se trata de calvos)

Texto del periodista Fabio Muñoz para la edición impresa de octubre de El Monitor de Curridabat

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