Ya lo conocía, porque llegaba a la plaza a jugar futbol. Y no era tan malillo en este deporte de las patadas a un balón. Lo vi esa vez en el parque La Merced, pero no era el personaje que había conocido: sobrio y deportista. Esa madrugada se trataba de uno más de esos hombres, cuyas vidas giran alrededor de una botella de guaro.

“Mi vida de alcohólico comenzó con los tragos después del partido. Se hizo costumbre y no pude quitármela. Dejé el trabajo y mi familia para seguir el vicio del licor”.

Así comenzó Chupeta, cara de ratón, a contar su historia. Se trata de un curridabatense que se encontraba sentado en el cordón del caño, en plena madrugada del mes de mayo de 1981.

Un día, estando en el Pasaje Jiménez, un amigo le dio el consejo de quitarse la “goma” con un trago de alcohol. Desesperado por aquel padecimiento le hizo caso y se lo tomó. Desde ese día pasó a engrosar la legión de alcohólicos del país.

El testimonio de este personaje – que en esa fecha tenía 36 años y cuya cara parecía la de un ratoncillo – era la de un líder de un grupo que frecuentaba el parque La Merced en San José. Al darse cuenta de que estaba conversando con uno de sus “compadres”, no resistió la tentación de meter su naricilla de ratón en la entrevista.

“Ahora tengo mes y medio de andar con esta tanda y sigo adelante como el elefante. Yo soy de este ambiente. Es muy difícil que me aleje. Yo estoy hecho a la medida de los demás alcohólicos del parque y de la zona roja”.

Cuando Chupeta, cara de ratón, coge la tanda, resulta que no desayuna, no almuerza y no cena. Solamente bebe y bebe. Según confiesa, se toma a diario un litro de alcohol y lo único que piensa es en beber y beber para saciar su sed.

Debajo de su camisetilla sucia y hedionda a sudor extrajo una botella plástica que contenía alcohol, tomó un trago y continuó su relato.

“Yo tengo mis compadres que me ayudan con la compra de alcohol. A nosotros no nos venden, pero nos las arreglamos para que alguien nos haga el favor. Nunca nos hace falta la botella con el remedio. ¿Qué va! Si no es por las amistades, todos los enfermos estaríamos muertos”

Según cuenta, cuando toma siempre busca el parque, porque es en ese lugar donde más grupos de alcohólicos encuentra.

“Cuando tomo me divierto con mis compadres y con las prostitutas. Me paso molestando a las personas que pasan por aquí. Eso sí, y quiero que lo apunte con letras grandes, yo no tengo problemas con la policía”.

A Chupeta no le convienen los escándalos, o tener problemas con la policía, porque es un cabecilla en el parque. El liderazgo se lo da la botella de alcohol.

Chupeta es pícaro y escurridizo, tan ágil como un ratón. Se las ingenia para decir la frase apropiada, el gesto apropiado o la mejor historia para convencer a la gente que le ayude. Esa particularidad, además de la suerte, le ayuda a conseguir la botella de cada día.

Siempre se le ve rodeado de compas a quienes salva con el trago. Por supuesto, él no regala el trago, sino que lo vende por unas cuantas monedas.

 “No es un negocio, pero pido algo para ayudarme. No me fijo cuántas monedas me dan, sino que mido la responsabilidad del compa y su esfuerzo para conseguir el dinero que le da la oportunidad al trago.

Cuando Chupeta está en actividad alcohólica (como dice la jerga)  se ausenta de su barrio para no molestar a sus amigos ni avergonzar a sus familiares.

“Prefiero pasar la tanda en el parque o en la zona roja”.

Ha hecho el propósito de dejar de tomar. Dos años y medio dejó de hacerlo, pero un día se le ocurrió pasar por el parque “para ver si podía salvar a algún compadre y me fui con todo… me fui de tanda.”

 “Tengo conciencia de mi problema, pero… diay…  puede más la enfermedad. Creo que tiene más cura el cáncer que esta cochinada”.

“Creo en Dios, en un Ser Supremo, pero aquí en la Tierra manda el dios dinero y este es el culpable de que uno escoja este camino de perdición”

“En IAFA me conocen. En Tirrases tienen mi expediente: Tengo récord de visitas. Ellos me han querido ayudar, pero he salido obstinado, porque allá uno es un miserable.”, comentó Chupeta.

“Yo no tengo cura. Creo que voy a morir de esta cochinada”, fueron sus últimas palabras y se retiró de la conversación. Deseaba hacerlo para tomarse un trago e invitar a “Jupa de huevo”, uno de sus compadres.

Meses después me lo encontré en el turno patronal y estaba sobrio. Me cerró un ojo y alzó su dedo pulgar. Entendí que se estaba cuidando y ya no visitaba el parque La Merced. Me gustaría saber de él. 

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