La historia de nuestra parroquia tiene su origen en 1575, en aquella Costa Rica pobre, aislada de los demás pueblos que posteriormente serían provincias centroamericanas.

Eran tiempos de la colonización, tiempos del rey Felipe II de España y de los conquistadores Juan de Cavallón y Juan Vázquez de Coronado. Y como protagonista local, se menciona al cacique Currirava a quién muchos años después, le debemos el nombre de nuestro pueblo.

La estructura social que funcionaba era la “encomienda” que consistía en que la Corona española asignaba grupos de indígenas a conquistadores y a los colonos españoles. Los indígenas encomendados debían hacer trabajos forzosos y pagar tributos a sus dueños o encomendadores a cambio de ser evangelizados, alimentados y garantizar el bienestar desde el punto de vista de la doctrina cristiana.

En ese contexto histórico, 200 flecheros de la tribu huetar Currirava tuvieron una participación valiente cuando lograron repeler las amenazas de los piratas zambos-mosquitos en contra de Cartago, fundada en 1563.

La noticia llegó a oídos de los Reyes españoles y en reconocimiento y agradecimiento, ordenaron construir un rancho pajizo para fortalecer el proceso de evangelización.

Fueron los franciscanos quienes se hicieron cargo del adoctrinamiento de los indígenas y dedicaron la parroquia a san Antonio de Padua.

Algunos documentos históricos registran que en 1693 ya existía un templo de humilde construcción que sustituyó al rancho y seguía dedicado al santo patrono Antonio de Padua. No se tiene cuenta de cuántos ranchos o construcciones más formales antecedieron a un templo que en 1841 fue destruido por el feroz embate del terremoto denominado San Antolín.

Con tenacidad, trabajo voluntario y la fe puesta en Dios los vecinos decidieron levantar otro templo para seguir su fervoroso agradecimiento a Dios.

Para esa época nuestra parroquia y la de Aserrí pertenecían a la jerarquía de Cartago.

A mediados del siglo XVIII la población, que geográficamente pertenecía al valle central, estaba compuesta por españoles, mestizos, ladinos y mulatos y acudían a Cartago para realizar bautizos, matrimonios y funerales.

Cabe destacar que nuestros antepasados participaron en dos importantes acontecimientos: Primero, en 1821, en la decisión de declararnos independientes y soberanos. Escogieron el mejor camino de no unirnos a ninguna nación y optaron por fundar la República Libre de Costa Rica. Nuestros abuelos lo celebraron a lo grande con juegos de pólvora y fiesta.

La otra participación fue en 1825 cuando fueron testigos de la declaratoria que hace el jefe de Estado, Juan Mora Fernández, para que Curridabat sea denominado pueblo. Este decreto le da lugar a Curridabat en los documentos oficiales, además de reconocerlo como una de las primeras poblaciones del país. Asimismo, le da límites y demarcaciones a nuestro territorio.

En ambos acontecimientos, la parroquia tuvo amplia participación, confiando en el buen discernimiento de los curas párrocos del momento.

Un cuadrante para el templo

Jefe de Estado Braulio Carrillo en su segunda gestión (1838-1842) prestó mayor atención al pueblo de Curridabat y ordena que se tracen “cuadrantes” (conocidos como manzanas) en el sector que hoy ocupa el centro de nuestro cantón. Con este mandato se dispone que un cuadrante se destine para la construcción del templo, uno para el cementerio y otro para la plaza de uso público.

Para entonces, el cultivo del café estaba dando muy buenos resultados en la economía del país y las condiciones geográfica de nuestro pueblo resultaban favorables para el grano de oro y surgen así las fincas cafetaleras en manos de familias nacionales y extrajeras.

La construcción de un templo favorecería las ambiciones de Carrillo y más tarde ese templo se convertiría en un símbolo religioso y un orgullo que reforzará la identidad histórica de los curridabatenses.

Nuevo templo

En 1909 (68 años después del terremoto de San Antolín) los vecinos se organizaron para construir un nuevo templo. Eran tiempos del papa Pío X, del presidente de la república don Cleto González Víquez y del arzobispo Juan Gaspar Stork, quien tuvo el privilegio de colocar la primera piedra del nuevo templo que se construiría. Entonces, era cura párroco el Pbro. Hilario Cajigas.

Padre Hilario Cajigas

El templo, cuya construcción inició en 1909, fue afectado en 1910 por el terremoto de Cartago.

Recurrimos a uno de los escritos del maestro escolar José Sánchez:

“Supimos que la violencia del sismo fue sensible en nuestro pueblo y que esa noche el cura párroco Pbro. Hilario Cajigas, recorrió las calles “in artículo mortis” a las posibles víctimas del terremoto. Entre otros edificios del pueblo, sufrió grave daño la iglesia, que estaba apenas terminándose y cuya fachada quedó visiblemente partida de arriba a abajo”.

La égida del padre Palacio

En 1923, un joven español cruzó el Atlántico. Lo hizo lleno de ilusiones y quizás con temores secretos y una que otra angustia.

Dejó su natal España para iniciar la aventura de servir como sacerdote en la América que años atrás, otros la habían hecho.

Anselmo Palacio Albás fue ese aventurero que el 23 de febrero de 1923 puso sus pies por primera vez en el suelo de Curridabat.

Un alegre repicar de campanas asidas a un corpulento árbol de Damas, a manera de campanario, dio la buena noticia de la llegada de un nuevo pastor espiritual.

Nuestros abuelos atendieron al llamado.

Llegó en un momento en el que el templo estaba en ruinas. El fuerte temblor de 1910 lo había destruido. Un sencillo e improvisado galerón servía de ermita para celebrar Misa.

El nuevo sacerdote dejó entrever su deseo y esperanza de construir una nueva Casa de Dios.

El reto se tornó grande y desafiante puesto que llegó a una Curridabat, cuyos habitantes reflejaban su pobreza. Era gente sencilla, campesina y que apenas comenzaba a encontrar trabajo en la ciudad capitalina de San José.

Curridabat: sencilla y católica

En aquella Curridabat sencilla, de pocos pobladores, la mayoría trabajaba en las fincas de café y en los beneficios. Se cierne el deseo de contar con un nuevo templo y es cuando aparecen como protagonistas: el padre Anselmo Palacio, procedente de España y Teodorico (Quico) Quirós, recién graduado en Arquitectura y a quien se le reconoce exaltar la belleza rural de nuestro país por medio de su arte pictórico.

Para entonces, Costa Rica está inmersa en una economía basada en el modelo agroexportador, principalmente del café. La clase dominante la componen grupos oligárquico relacionados con la producción cafetalera.

La prosperidad económica permitía a los dueños de las fincas enviar a sus hijos al extranjero y se evidenciaba una clara división de clases. Las otras familias dependían de su trabajo agrícola o como dependientes en algunos negocios josefinos.

Curridabat se destaca por ser una sociedad rural tradicional del Valle Central y comienza a experimentar transformaciones importantes bajo el impacto del modelo cafetalero. Sobre todo, era un caserío de casas de tejas y adobes que rodeaban una plaza central polvorienta, de calles empedradas, formando cuadrantes y de familias que iluminaban sus casas con candelas.

Pese a su condición económica limitada, nuestros abuelos se entusiasmaron con el deseo de construir un templo digno para agradecer a Dios todas sus bendiciones. Con esfuerzo y trabajo voluntario construyeron un templo que, cien años después, es un símbolo no solamente religioso, sino un punto de referencia de la identidad del curridabatense.

En esos años existía en Curridabat una mezcla étnica, resultado de la larga historia de mestizaje desde la época colonial, con presencia de blancos, indígenas, mestizos y mulatos.

La vida cotidiana relativamente era sencilla y comunitaria, marcada por las fiestas religiosas, el trabajo en el campo, fiestas patronales, las reuniones en la plaza y las misas.

Como se ve, en nuestra historia comunal el templo tiene un desempeño importante, no solo en lo espiritual sino como un centro social que reúne a los habitantes alrededor de las celebraciones religiosas y otros eventos comunales.

En ese contexto histórico el padre Palacio encontró que en la caja parroquial solamente había 40 colones. Pero eso no limitó al joven y visionario sacerdote. Y después de expresar su contagioso entusiasmo comenzó a recibir dieces y cincos.

En el paisaje de aquella comarca se comenzaron a ver las filas de carretas que transportaban arena y piedras extraídas del río Tiribí para la construcción del nuevo templo.

Luego, de su puño y letra, Palacio escribiría:

“Una mañana, mañana recordada y pintoresca, el pueblo ha quedado desierto… A lo lejos se oyen los regocijos sones de una charanga y el rasgueo de unas guitarras apagadas, de cuando en vez, por los gritos y cantos de mil pechos varoniles…Son hijos de Curridabat que con sus esposas e hijos han ido al Tiribí a recibir la ofrenda de piedras y arena que generoso les ofrece el río… ricos presentes que ellos conducen triunfalmente a la quebrada, que galantemente ha puesto a disposición del vecindario, don Juan Carazo”.

El 13 de junio de 1926 se inauguró la fachada del templo. Correspondió al arzobispo Rafael Ottón inaugurarlo.

Al fin, en 1933. Después de arduas tareas, de arañar monedas y de ejercitar el trabajo voluntario, el sueño de contar con un hermoso templo se cumplió.

Como interesante anécdota, se cuenta que cada vez que el padre Palacio viajaba a España para visitar a su familia, aprovechaba para traer imágenes. Una de ellas: la Virgen del Pilar de la cual fue muy devoto. También trajo la de san Blas, obsequio de su hermana Elvira y la de san Roque, obsequio de Sarita González.

En 1955 viajó a su querida España en busca de mejorar su quebrantada salud. Ya enfermo, proyectaba su regreso a Curridabat para ultimar detalles de otros proyectos de obra material y espiritual, pero lo sorprendió la muerte.

Había nacido el 21 de abril de 1884. Se ordenó sacerdote el 10 de junio de 1911 y su último día terrenal fue el 27 de octubre de 1955.

Hoy el templo es orgullo y un enorme honor para los curridabatenses. Es una verdadera joya arquitectónica construida bajo la égida del virtuoso, entusiasta y guía espiritual: padre Anselmo Palacio Albás.

En señal de agradecimiento, y para perpetuar su nombre y su obra, una calle lleva su nombre y una de las campanas se llama Anselma.

Contra las inclemencias

Entre 1917 y 1920 el volcán Irazú, que se encuentra a 22 kilómetros de Curridabat, realizó erupciones impresionantes que alcanzaron altitudes tales que el viento sopló nubes de ceniza hasta el valle central e incluso hasta Heredia. Algunos relatos de nuestros abuelos dan cuentan de que la ceniza deterioró considerablemente el templo de entonces.

Entre 1963 y 1965 el volcán Irazú arremetió con sus erupciones y, nuevamente, los vecinos se organizaron para restaurar la afectación de las cúpulas. 

Fue el padre Jorge Fuentes quien se encargó de organizar a la población para participar en las campañas de restauración.

En 1990 un fuerte temblor socavó las bases de nuestro templo y nuevamente la comunidad se organizó para atender la titánica tarea de restaurar las paredes del templo y afirmar las bases.

El padre Bernardo Leandro movilizó a la comunidad para atender las urgentes reparaciones.

Espiritualidad y tradición

En lo espiritual, la parroquia tiene el privilegio de agradar a Dios con 450 años de evangelización por medio del servicio de sacerdotes que han pastoreado a este pueblo católico, propiciando la reconciliación, mediación, confortación y alegría espiritual a la grey.

La celebración diaria de la Santa Eucaristía fortalece nuestras almas y corazones. La reconciliación con Dios es un auxilio oportuno. Cada sacramento recibido fortalece nuestro compromiso como hijos de Dios.

En la Santa Misa, en las celebraciones de cada Semana Santa, en el Adviento, en Corpus Christi y en Navidad, especialmente, renovamos ese compromiso que reconforta nuestro espíritu en el Señor.

Pero la parroquia sabe alegrarse con las actividades tradicionales como las fiestas en honor a San Antonio, los bingos y en las celebraciones de algunas efemérides nacionales. Son esas manifestaciones las que amarran nuestra identidad y recuerdan que tenemos tradiciones dignas de salvaguardar, sin menospreciar lo moderno, en sus aspectos que engrandecen a las personas.

Y en esta dualidad, la parroquia ha tenido sacerdotes que dejaron huella en nuestra comunidad y huella de la buena. No solo en su pastoreo espiritual sino en algunas obras materiales identificadas con el desarrollo material y social de Curridabat.

Pero, especialmente, se ocuparon por dar manteniendo a nuestro templo, cuando urgió la necesidad de protegerlo y de sanar heridas estructurales. Así, me he atrevido a hacer una lista de los sacerdotes que caminaron de la mano del pueblo en lo espiritual y en lo tradicional.

Anselmo Palacio, Fabio Prado, Jorge Fuentes, Jorge Calvo Robles, Guillermo Loría, Bernardo Leandro, Eduardo Fallas, Emilio Miranda y Laurence Monge. Ellos, especialmente, dejaron huella… huella de la buena.

Nueva restauración

Actualmente, de la mano del padre Luis Enrique Guillén, los feligreses colaboran con la tarea de impermeabilizar las cúpulas y embellecer las paredes externas con pinturas escogidas con criterios importantes como: la calidad, colores apropiados y duración.

Nuevamente el pueblo atiende al llamado de su pastor para intervenir en los trabajos que aseguran la restauración del templo, verdadera joya arquitectónica que enorgullece a todos los curridabatenses.

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